Ante la insistencia de algunos de mis mas íntimos amigos surrealistas, tuve que borrar de su brazal la cruz gamada. Jamás hubiera sospechado la emoción que esta cruz suscitaba. Yo estaba hasta tal punto obsesionado que concentré mi delirio en la personalidad de Hitler, que en mi fantasia se me aparecía siempre transformado en mujer. Gran número de liezos que pinté en aquella época fueron destruidos al invadir Francia el ejercito alemán. A mí me fascinaban las caderas blandas y rollizas de Hitler, siempre tan bien enfajadas en su uniforme. Cada vez que empezaba a pintar la correa de cuero que, partiedo de su cintura, pasaba al hombro opuesto, la blandura de aquella carne hitleriana, comprimida bajo la guerrera militar, suscitaba en mi tal éxtasis gustativo, lechoso, nutritivo y wagneriano que mi corazón palpitaba violentamente, una emoción tan rara en mí que ni siquiera me ocurría en la practica del amor. La carne rolliza de Hitler, que me la imaginaba como la mas divina carne de una mujer de cutis blanquísimo, me tenía realmente fascinado. Conciente, a pesar de todo, de la naturaleza psicopatológica de semejante sucesión de arrebatos, yo me repetía, arrobado, a mis propios oídos:
-¡Esta vez sí, esta vez creo que rozo por fin la auténtica locura!
Y a Gala:
-Tráeme ámbar disuelto en aceite de espliego y los pinceles mas finos del mundo. Nada será lo bastante delicado como para pintar, a la manera de Meissonier, el delirio supernutritivo, el éxtasis a un tiempo místico y carnal que se adueña de mí cuando emprendo la tarea de reproducir sobre mi tela la huella de esta correa de flexible cuero sobre la carne de Hitler.
No cesaba de repetir a quien quería oírme que mi arrebato hitleriano era de carácter apolítico, que la obra que yo alunbraba en torno a la imagen feminizada del Führer era de un equívoco escandaloso, que esas reproducciones estaban impregnadas de tanto humor negro como las de Guillermo Tell o Lenin, pero, por más que repitiera todo esto a mis amigos, no servía de nada. Esta nueva crisis que asaltaba mi pintura se hacía cada vez massospechosa entre los cículos del surrealismo. Las cosas empeoraron cuando se difundió la noticia de que a Hitler le gustaban ciertos elementos de algunos de mis cuadros, como los cisnes, la soledad, la megalomanía, el wagnerianismo y el jeronimoboschismo.
Dados mi temperamento y mi espíritu de contradicción congénito, la situación teniía forzosamente que empeorar. Pedí a Breton que convocara con toda urgencua a nuestro grupo en sesión extraordinaria para discutir la mística hitleriana desde el punto de vista de lo irracional netzscheano y anticatólico. Confiaba en que el aspecto anticatólico de la discusión seduciriía a Breton. además, yo consideraba a Hitler como a un masoquista integral, poseído por la idea fija de desencadenar una guerra por el gusto de perderla luego heroicamente, y que, de hecho, se disponía a realizar uno de los getos gratuitos que tanta admiración provocaban en nuestro grupo. Mi insistencia en entrever la mística hitleriana desde el punto de vista surrealista, al igual que la de dotar de un sentido religioso el contenido sádico del surrealismo, ambas cosas agravadas por las revelaciones de mi método de análisis crítico-paranoico que tendía a anular el automatismo y su inherente narcisismo, me condujeron a una serie de desavenencias y rencillas intermitentes con Breton y sus amigos. Estos últimos, por otra parte, empezaron -de un modo alarmante a para el líder del grupo- a dudar entre él y yo. Pinté un cuadro profético de la muerte del Führer. Lo titulé "El enigma de Hitler", lo que me valió la excomunión de los nazis y el aplauso de los antinazis, por mas que este lienso -como, por otra parte, toda mi obra, y eso lo proclamaré hasta el fin de mis días- estuviera desprovisto de todo significado político consciente. En el momento en que escribo estas líneas, confieso que yo mismo no he desifrado todavía este famoso enigma..." Diario de un genio, Salvador Dalí 1952
1 comentario:
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